Haz de Nomeolvides

Haz de Nomeolvides
Haz de cuentos infantiles dedicados a mis nietas y nieto, dibujos de Jana, Maia, Mara y Milo. Además poemas y cuentos infantiles de otros autores

viernes, 30 de septiembre de 2011

UNA CAMA PARA LA JIRAFITA YANINA



UNA CAMA PARA LA JIRAFITA YANINA

Ángel y Pamela tenían una jirafita BB a la que llamaron Yanina. Había nacido en el zoológico, cerca de la casa de ellos; pero, como se encariñó tanto con los dos niños que la iban a visitar todas las tardes, el Director del Zoo, de acuerdo con los padres de ellos, decidió dársela en custodia. Porque, además el sitio no tenía espacio ni instalaciones para tener otra jirafa más.
Así fue que la hermosa jirafita, de carita pequeña con dos enormes ojos marrones que brillaban como dos lucecitas y dos cuernitos incipientes que se veían sobre su cabeza a los cuales los niños acariciaban cuando Yanina se les aproximaba, pasó a formar parte,  como mascota, de la familia Núñez. Era esbelta de largas patas y sobre todo su cuerpo anaranjado lucía pequeños manchones blancos y de color té; como todas las jirafas del mundo, su cuello era muy largo lo que le permitía alcanzar las hojas de las ramas más altas de los árboles de acacia, que eran su alimento preferido.
La jirafita, tenía una debilidad o tal vez, como los pequeños la mimaban mucho, le gustaba dormir en una camita que José, el papá, había preparado para ella.
Eso sí cuando llegaba la hora de irse a dormir, Angel y Pamela hacían dormir a Yanina antes. Le cantaban, le acariciaban con sus frágiles manos el cuello de más de un metro de largo.
Tan acostumbrada estaba a estos mimos que cuando se ponía el sol, Yanina venía hacia la casa y golpeaba con su hocico la puerta de la habitación de los chicos para avisarles que quería arrumacos.
Ellos también se habían acostumbrado tanto a esto que no podían dejar de atender a su querida jirafita.
La familia vivía en una amplia casa de campo rodeada de frondosos árboles con espacio como para que la “mascota” pudiera recorrerlo con sus parsimoniosos pasos.
Pero, lo que no estaba en los planes de los hermanitos era que Yanina iba creciendo tan rápido que le resultaba cada vez más difícil entrar con su esbelto cuello por la puerta del galpón adonde le habían fabricado una cama con muchos arbustos y pastos secos.
Cada vez que pretendían hacer dormir a Yanina tenían que ingeniárselas para acomodar su cada vez más grande cuerpo en la cama. Ellos con cariño y destreza la ayudaban; pero a medida que se estiraba, la cama se fue haciendo más pequeña, lo mismo que la puerta de entrada…
Los niños no querían contarle a sus padres sobre el trabajo que les daba hacer dormir a la jirafita. Mas, en un día en que llovía copiosamente, debió ser el papá quien con paciencia y habilidad lograra que Yanina doblara su cogote lo suficiente para atravesar la puerta y luego de muchas, muchas vueltas hacer que se recostara en su ya chica cama.
Los niños no querían que su mascota pasara las noches afuera. Tampoco que no pudiera dormir como ellos, en una cama. Y de tanto pedir, consiguieron que su papá sacara la puerta y agrandara el marco de modo tal que la jirafa pasara. Pero… ¡Era más difícil encontrarle una cama! Porque Yanina se había estirado tanto que ahora pesaba más y ellos ya no podían acariciarle la cabeza ni recorrer el suave y largo cuello con sus manos, si no se subían a una mesa o a una escalera. Yanina les había ganado en altura y ellos, no sabían cómo hacer que durmiera  tranquila y feliz en su cama.
La jirafita, con su triste mirada les pedía: ¡Quiero una camita! ¡Quiero dormir en mi camita!
Entonces Pamela y Ángel tuvieron varias ideas: le preguntaron a sus maestros de la escuela.
-Las jirafas no usan cama- les respondieron.
Decepcionados llamaron al cuidador del zoológico.
-¡Ah niños, niños!  Las jirafas duermen paradas…  Nunca se echan en camas. Todas las que cuidé, dormían de pié, y muy poquito.
-¡Mentira! – respondía Ángel.
-¡Yanina, nuestra jirafa, duerme en su cama! – contestaba Pamela indignada.
Ingresaron a las páginas web buscando: “Una cama para la jirafita”. Recorrieron una, dos, cien páginas y ¡Nada! En todas ellas se repetía lo mismo: -“Las jirafas duermen no más de dos horas por día y no se tienden, no descansan en el piso como otros animales”… “A veces, duermen 10 minutos y enseguida se despiertan”…
Ya los niños estaban desesperados. No sabían a quien recurrir. Tampoco querían que su mascota durmiera en el parque, parada y solita. Ellos la querían hacer dormir como cuando era pequeñita.
Asique, siguieron preguntando: en la escuela, a los cuidadores del Zoo, a la gente del circo que armó carpa cerca de su casa, al veterinario. También le pidieron a su mamá Ema, que les buscara información en la Enciclopedia. Pero, en ninguna parte decía que las jirafas se acuestan en camas…
Vencidos casi, decididos a dejar a Yanina en el Parque de día y de noche, fueron junto con sus amiguitos a un paseo en el bosque en las cercanías de la ciudad.
Allí había juegos de todas clases: “hamacas, paralelas, sube y baja, calesitas, toboganes”.
Enormes toboganes por los cuales todos se deslizaban felices y contentos.
¡Qué idea se les ocurrió a los dos niños! ¿Saben qué? Cuando vieron los inmensos toboganes, se les iluminó la mente y corrieron a comprobar que podían tirarse con todas las ganas desde esa altura sin caerse.
Mas, de pronto, comenzaron a gritar:-¡Eureka! ¡La cama para Yanina será un tobogán!... El resto de los chicos, sin saber bien por qué, repetían a coro: ¡La cama de Yanina será un tobogán!!
Cuando llegaron a su casa, luego de saludar a sus padres, y antes de irse a dormir, los niños deliberaron.
-Debemos hacer un dibujo – dijo Pamela.
-Sí, eso es- contestó Ángel.
Encendieron la luz de su habitación, buscaron cartulinas y lápices de colores y se pusieron a dibujar.
El dibujo debían mostrárselo a su papá, para que entendiera que si hacía un enorme tobogán y lo cubría con arbustos y pastos secos, allí podía dormir su amada jirafita ¡Que ojo!... Ya era una señora jirafa de tanto que había crecido.
Y Ellos, podían subir por la escalera y acariciarle los cuernitos, el largo cuello, cantarle canciones y esperar a que Yanina se durmiera, antes de irse a sus camitas.
¡Hum! No fue fácil dibujar el tobogán. Les llevó varios días, de hacer muchos dibujos y tirarlos porque no les gustaban. Pero, al fin hicieron uno que les gustó y  que mostraron orgullosos a su papá y a su mamá.

Y…, como imaginarán después de largas charlas en que explicaron el dibujo y  cómo debía fabricar la nueva cama para Yanina, consiguieron que José, su papá, con la ayuda de un amigo, construyera un hermoso tobogán dentro del galpón, que los niños llenaron con arbustos y pastos secos, de modo tal que la Jirafa entraba sin dificultad ya que no había puerta sino un inmenso arco de su altura y que se estirara cuan larga era, sobre el tobogán mientras ellos: Ángel y Pamela, subidos a la escalera la hacían dormitar.
Pero, saben qué. La jirafa, no quería herirlos y se hacía la dormida. En cuanto ellos se lo creían, y se marchaban, Ella, según sus costumbres  jiráfidas se incorporaba y…, salía a disfrutar de la inmensa luna, de las estrellas y de la música de los animalitos nocturnos que la acompañaban.
Y ni lerdos ni perezosos, los dos niños, aprovechaban durante las horas de la siesta -cuando la jirafita recorría el parque -para deslizarse por el tobogán-cama con sus amiguitos. ¡Eso sí! Quitaban los arbustos y pastos secos y colocaban una hermosa colchoneta de gimnasia... JUANA C. CASCARDO

viernes, 20 de mayo de 2011

COMENTARIOS LIBROS PARA NIÑOS, NOTICIAS, OPINIONES



CORAZÓN DE CHOCOLATE - Poesías para niños - de Esther del Rosario Guevara.
Esther Guevara ha escrito un libro de poesías para niños "Corazón de Chocolate" que se suma a su anterior Burbujitas; y la lectura y el análisis de esta obra sin ninguna duda requiere una óptica diferente.
Sus primeros críticos fueron los niños, a quienes les está dirigido el trabajo y solamente nos basta con observar las notas gráficas insertadas en el libro y que corresponden a tomas fotográficas de la lectura de estos poemas en diferentes ámbitos donde los niños desarrollaron actividades para darnos cuenta que la aprobación por parte de este público, directo y sin preconceptos, ha sido unánime.
...Consigue enternecernos cuando va armando un mundo justamente de chocolate con las acciones de los animales que menciona, haciendo que de partida tomemos cariño por ellos y justifiquemos todas esas impensadas reacciones y juegos del intelecto que les adjudica esta docente de San Luis quien aprovecha los espacios de tiempo que su jubilación le otorga para volcarse a los niños de todas las edades y de todas las escuelas; a sus niños, como ella dice....
Divide al libro en una primera parte y luego a la segunda se la dedica a los animales conocidos por todos nosotros, por los niños de su provincia, poniendo de manifiesto que por sobre todas las cosas, los niños tienen que llegar a estas pequeñas fábulas y personificaciones que han sido de alguna manera incorporados a sus vivencias desde muy temprana edad, tanto por haberlos visto como por la literatura que nuestros mayores nos legaran refiriéndose a la fauna sanluiseña.
Fragmento del comentario realizado por el escritor Jerónimo Castillo y publicado en: "LEÍ TU LIBRO" pags. 107/108.

martes, 15 de marzo de 2011

LOLI Y PIPÍ


LOLI Y PIPÍ
Para mi nietita Maia con mucho cariño


Había una vez, una nena de cabellos rubios rizados, de ojillos pícaros de color marrón intenso, de boca pequeña y expresiva, llamada Loli, a quien le gustaban mucho los pájaros, las flores y las mariposas. Tanto los amaba que todos los pajaritos del parque se acercaban a ella para que les diera el alimento en sus manitas, para luego remontar vuelo en pos del cielo azul.
Loli los quería a todos por igual. Hasta que un día, llegó uno que sería su preferido. El pobrecillo traía una de sus alitas heridas y por más que lo intentara no lograba elevarse del suelo. La nena lo cuidaba con esmero. Acariciaba sus plumas, le lavaba la herida y le colocaba un remedio para que se curara.
A este pajarito, de hermoso plumaje azul-verdoso con destellos rojizos, la nena lo llamó: PIPÍ.
Lo ubicaba sobre el marco de su ventana cuando daba el sol para que tuviera más fuerzas. Le daba de comer en sus manos y le hablaba mientras él, le contestaba con sus trinos en señal de agradecimiento. Así, con tantos cuidados, las alas de Pipí se curaron y se pusieron fuertes, sus plumas crecieron y todos los días intentaba, una y otra vez, volar.

Veía cómo los demás pajaritos revoloteaban alrededor de la ventana. Veía pasar las mariposas y quería alcanzarlas. Pero aún no lograba mantener su cuerpecito en el aire.
La niña lo seguía prefiriendo y dedicaba el tiempo que la escuela le dejaba libre para jugar y cuidarlo hasta que, otro día, mientras todos los pajaritos, luego de comer las semillitas remontaban vuelo, Pipí lo intentó muchas veces y al final ¡Zum...! voló un poquito y otro más y así fue elevándose en el cielo azul hasta perderse de vista. Cuando la pequeña se dio cuenta que Pipí no regresaba, lloró y pidió a su mamá que la llevara adonde estaba su preferido; pero, la mamá solamente podía consolarla diciéndole:-Loli, hijita, Pipí volverá. Necesita volar mucho por todo lo que estuvo lastimado. Ya vas a ver que vendrá, golpeará con su piquito tu ventana y comerá de tus manos otra vez.

Loli vigilaba todas las mañanas la ventana. Veía que llegaban sus amigos menos Pipí y otra vez lloraba y acudía a su mamá:-Quiero a mi Pipí, quiero a mi Pipí..., hasta que, cansada, se olvidó un poquito; aunque no le daba de comer a sus amiguitos tan contenta como antes, seguía con su costumbre de siempre.
Amaba como ya dijimos a las mariposas, las flores y los pájaros.
Pasaron días, semanas, meses quizás. Ya Loli desayunaba todas las mañanas a la mesa con su mamá, su papá y su hermosa hermana.Ya se ponía la ropita, las medias y los zapatos; se ataba los cordones de sus zapatillas y concurría a la escuela adonde la esperaban nenas de su edad. Y aprendía las letras, los números, dibujaba muy bien, cantaba y bailaba. Le encantaba la música.
De vez en cuando jugaba con sus amiguitas y se portaba cada vez mejor. Había dejado de chillar y pedía las cosas por su nombre. Tampoco peleaba con su hermana, a quien quería mucho.
De pronto, una tarde, en que jugaba con sus amigas, vio que bajaba del árbol frente a su ventana un pajarito que le recordó a su Pipí porque revoloteaba a su alrededor, la maravillaba con sus trinos y se posaba en sus hombros, en sus manos y con su pico le daba como pequeños besitos en las mejillas.

- ¡Pipí!... ¡Pipí!...- Gritó emocionada y mostró orgullosa su preferido, a las amigas que no lo conocían.
El pájaro la reconoció. Y volaba de las manos de Loli a una rama del árbol adonde había un nidito y dentro del cual piaban dos pichoncitos.
Luego bajaba, tomaba con su pico alimentos y se los daba en la boca a sus hijitos.
Según nos contó la mamá de la nena, siempre volvía para acompañar a Loli mientras le enseñaba a sus pichoncitos a volar.-
JUANA C. CASCARDO

sábado, 12 de marzo de 2011

MICAELA Y SU REINO








Había una vez una nena de brillantes cabellos cuyos bucles caían como cascada sobre sus hombros; con ojillos picarones de mirar profundo de intenso color azul. Su carita era hermosa y siempre estaba risueña; ya fuera de mañana, como en la tarde o noche.
Micaela (Mica, como le decían sus primitos), tenía una expresión de alegría en su rostro perfecto. Irradiaba simpatía adonde quiera que estuviera.
A la niña le gustaba mucho oir el canto de los pájaros, de las aves canoras y también el croar de las ranas en los charcos cercanos, de los sapines que se acercaban a su ventana y prestaba atención a los grillitos que también salta que te salta, se le aproximaban.
Amaba tanto el canto del gallo en la madrugada – Ella se despertaba para oírlo cantar – como el gorgojeo de una parejita de “churrinches” que había construído su nidito en el hueco entre la pared y los tirantes del techo de la galería de su casa.
Pasaba horas de su tiempo escuchando e imitando el canto de los pájaros que acudían a su jardín porque ella les ponía miguitas de pan remojadas en agua o semillitas de mijo.
Micaela podía reproducir sin dificultad el encendido canto del hornero que construía su hogar a pocos metros de la puerta de ingreso al suyo; como el alegre, divertido y variado cantar de los churrinches y también, cuando creía no ser vista ni escuchada, hablaba en el extraño lenguaje “croático” de los sapines.
Con éstos, mantenía todas las tardecitas, mientras su mamá preparaba la cena, largas conversaciones. Ellos quizá le traían noticias de las plantas, de las mariposas, de los estanques que reflejaban los rayos plateados de la luna o de la proximidad de necesarias; pero, temidas lluvias de verano.
¡Vaya a saber qué cosas se contaban!...
Pero lo cierto era que Micaela se sentaba debajo de su ventana y casi al instante venían tres, cuatro…, muchos sapines con su color amarillo-verdoso, con sus ojillos relucientes y se quedaban en rueda, croando: croac…, croac… Y Ella les contestaba imitando el sonido a la perfección.
Así día a día, y principalmente a la puesta del Sol, Micaela y sus amiguitos pasaban largos ratos juntos; disfrutando de esa extraña amistad que nace entre los seres vivientes sensibles.
Hasta que, luego de una tormenta tremenda en que refulgía y tronaba el cielo cargado de electricidad y bramaba un viento huracanado y persistente, desapareció el nidito de los churrinches. El de los horneros amaneció partido en mil pedazos y los sapines, no volvieron a croar debajo de la ventana de la pieza de la nena; quien buscaba y clamaba por los ausentes que quizá el viento había llevado lejos…
Tanto afectó este hecho la sensibilidad de Mica que se puso triste, dejó de comer y ni cuando venían sus primitos a visitarla se la veía reír.
Sus padres comenzaron a inquietarse. Consultaron a su médico y éste les dijo:-“Está viviendo un momento de melancolía y hay que buscar algo que motive su interés, que la saque de ese estado emocional. No es cuestión de medicamentos”- cerró así la consulta.
Pensaron y repensaron los padres de Micaela en mil maneras de distraer a la niña; mas Ella permanecía indiferente.
Hete aquí, que como eran padres inteligentes y observadores; que criaban en forma directa a su hijita, recordaron que ellos habían filmado en varias oportunidades a Mica mientras sostenía sus conversaciones con los sapines y también cuando reproducía el canto de los horneros, el gorgojeo de los churrinches y el estridente ulular de los grillos.
Esperanzados comenzaron a buscar el material que nunca habían mirado ni escuchado; porque la intención de ellos era dárselo a su hija cuando creciera, como testimonio de sus momentos de infancia; nada más.
Así fue que pusieron el material en el reproductor de videos, una noche de tantas en que la hija, sentada a la mesa familiar, miraba la comida sin querer probar bocado.
Primero, el papá conectó el reproductor, dejándolo en bajo volumen.
Luego, la mamá acercó la pantalla y subió el volumen de modo tal que poco a poco el ambiente todo del living-comedor fue un trinar, un croar sólo interrumpido por la tierna voz de Micaela; quien dialogaba con sus amiguitos, como si estuvieran allí.
Preocupados aunque expectantes, los padres miraban con disimulo a la niña y continuaban con la cena, como si nada pasara…
Al cabo de unos instantes, los ojos de Mica comenzaron a iluminarse, y en su boca apareció esa sonrisa hermosa que tanto extrañaban.
Sin decir una palabra, se levantó de pronto de su sitio, se puso a bailar y a cantar imitando los sonidos que emitía el aparato que había reproducido con fidelidad los más hermosos momentos de comunicación entre la nena y sus queridos amigos. Mientras los imitaba, decía los nombres que les había puesto a cada uno: la ranita croka, los sapines: coco, tito y babi; el grillito: grigri, los churrinches: quico y quica; los horneritos: pico y lala.
Hasta que, agotada, la niña fue al encuentro de sus padres a quienes abrazó feliz, de ver y escuchar nuevamente a sus tan queridos amiguitos del reino animal.
Ellos también la abrazaron felices al ver otra vez, la risa diáfana en el hermoso rostro de su querida hijita.
En La Plata, 8 de Mayo de 2009
Para mi nietita más pequeñita: Mara con todo cariño
JUANA C. CASCARDO

sábado, 5 de marzo de 2011

PEPITA Y SUS AMIGUITOS



PEPITA Y SUS AMIGUITOS – cuento-
Para mi nietita Jana con amor

Había una vez una nena, muy, muy bonita que brincaba y corría y andaba en calesita. Esta nena se llamaba Pepita.

Y resulta que Pepita se portaba muy bien durante el día: hacía lo que le indicaban su mamá, su papá y la maestra del Jardín, Patricia. Pero, llegaba la noche y Pepita se ponía a gritar, a llorar y a patalear.

Se levantaba , se iba a la cama de su mamá y su papá y no los dejaba dormir porque daba vueltas y más vueltas llorando sin que nadie supiera lo que le sucedía.

Tanto que todos los animalitos amigos de Pepita: el osito, el patito, el pumita, el perrito, el pingüinito que dormían en la pieza de la nena, se despertaban y se ponían tristes porque no sabían lo que le pasaba a su amiguita.

Entonces, una noche, el más grande de los animalitos que era el Osito, les dijo a los demás:
-No me gusta que Pepita llore y grite a la noche y nos deje solitos.
-Sí, el Osito tiene razón- contestaron los otros animalitos que estaban reunidos en torno de aquel.
-Pero, ¿qué podemos hacer? –preguntaron a coro.
-Y todos juntos se tomaron de las manitos, juntaron sus cabezotas y se pusieron a pensar…
-Ya sé –dijo el Perrito.
Y los demás lo miraron con atención y a coro dijeron:
-¡Cuéntanos, Perrito, cuéntanos!
-Bueno –comenzó diciendo el Perrito – yo pienso que a Pepita no le gusta que nosotros nos vayamos a dormir mientras ella duerme y por eso llora y grita. Pepita tiene miedo…
-¿Y qué podemos hacer nosotros? – preguntó Pingüi dando un paso adelante.
-Eso sí que es difícil –concluyó el Pumita desperezándose. Pero, se me ocurre que yo puedo ronronear mientras Pepita duerme para que se sienta acompañada…
-Y yo, dijo el Osito, puedo dormir a los pies de la cama y calentar los pies de Ella con mi piel…
-Y yo, agregó el patito, puedo arreglarme las plumitas mientras Pepita duerme para que, si se despierta, vea que estoy despierto.
-A mí me gustaría cuidar la puerta de entrada de la pieza. Me acostaré allí para que nadie entre sin mi permiso –dijo el Perrito colocándose delante de la puerta.
-¿Y yo qué puedo hacer? –comenzó a llorar tristón Pingüi que no sabía hacer nada.
-Sí, Pingüi, puedes prender la luz con tu pico cada vez que Pepita se despierte –gritaron a coro todos los animalitos.
-¡Bien! ¡Bien! –batió sus alas Pingüi que dejó de llorar y se puso a reír.
-Bueno amigos –dijo el Osito- la reunión terminó y ahora cuando Pepita venga a dormir ya saben lo que cada uno tiene que hacer.

Esa noche, cuando la chiquilla se durmió, cada uno de los animalitos hizo lo prometido.
Así fue que, cuando Ella se movió en su camita y comenzó a llorar, a gritar y quiso ir a la cama de sus papás, se encontró con que:
Pingüi prendió la luz de la pieza.
El Osito vino y se tendió a los pies de su camita. El Pumita comenzó a ronronear. El Patito se subió a la mesita de luz y comenzó a arreglarse las plumas, una por una.
…Y el Perrito, se instaló a la puerta de la pieza con aire de entendido para que Pepita se diera cuenta que él la cuidaría, que no debía tener miedo de nada…
Entonces, la nena, al ver que todos los animalitos estaban despiertos, que la querían y cuidaban mientras ella dormía, dejó de llorar y se fue acomodando en su camita hasta quedarse dormida otra vez.
Los padres estaban encantados con esta Pepita y nunca se enteraron que fueron el Osito, el Patito, el Pumita, el Perrito y Pingüi quienes consiguieron el milagro.

JUANA C. CASCARDO



martes, 1 de marzo de 2011


TOMMY: EL GATO CONQUISTADOR

Yo conocí una vez a un gato llamado Tommy al que le gustaba salir a pasear y bailar de noche cuando había luna llena y se llamaba a sí mismo: TOMMY EL CONQUISTADOR. ¿Imaginen por qué?
Pues porque según él no había gata joven, adulta o vieja que resistiera ante sus encantos...¡Todas se enamoraban!...
Pero, hete aquí que los demás gatos de la gran familia gatuna del barrio Catedral no pensaban lo mismo. Mas bien, creían que Tommy era un soberbio o mentiroso y se lo dijeron.
Entonces, Tommy jugó una apuesta a todos los gatos del barrio Catedral que él conquistaría a todas las gatas y que eso podrían verlo con sus propios ojos en la próxima luna llena en el Centro de la Plaza San Martín. Allí los esperaba a las dos horas de la madrugada para demostrarles que él era Tommy El Conquistador
Mas, sin decir nada a nadie, Tommy entregó a cada una de las gatas una invitación personal para que concurrieran al Centro de la Plaza San Martín en la próxima luna llena a las dos de la madrugada para asistir con sus mejores galas a un espectáculo artístico sorpresa; motivo por el cual no debían comentárselo a nadie.
Así fue como cada gata comenzó a acicalarse pasando horas frente al espejo, lamiéndose las manos, pasándoselas con esmero por la cara, la cola, las patas y muy especialmente por el hocico y las pestañas...
Cada una de ellas creía que era la más importante y quería lucir hermosa.
La gatita Marián, se puso un enorme y brillante moño rosa con pintitas azules sobre su pelambre angora blanco. La gata Aurora –más adulta- eligió un collar de seda verde haciendo juego con sus ojazos de igual color y la gata vieja: Misha, se colocó aros en las orejas, mucho rimmel en sus pestañas y bigotes y ató en el extremo de su cola majestuosa un cascabel de colores.
Y de esa manera, todas se emperifollaron para asistir al espectáculo artístico sorpresa.
Ninguno de estos preparativos fueron avistados por los gatos que todas las noches gastaban con sus bromas a Tommy:
-¿Y, Tommy, a cuántas gatas besaste hoy?
-Vengan, amigos –decía el Barcino Mac.-¡Miren las bellezas que conquistó el Tommy!...
Fueron pasando unos días y sus noches y llegó la tan esperada luna llena.
¡El alboroto que se armó!
A la una en punto de la madrugada Tommy esperaba sentado, orgulloso y muy bien arreglado a que vinieran los gatos. El sabía que concurrirían. Su picardía había sido invitar una por una a las gatas y nada menos que para darles “una sorpresa”.
Mientras ellas, paquetas y elegantes iban llegando, los gatos- quienes no pudiendo dominar su curiosidad observaban desde cierta distancia- no podían creer que ante sus propios ojos se estuviera desarrollando un espectáculo en cuyo centro aparecía Tommy, rodeado de gatas, gatitas y gatasas que daban vueltas en torno preguntándole por la sorpresa.
Los gatos, de la familia gatuna, estaban tan asombrados que no prestaron atención a los maullidos de disgusto que proferían las damas gatunas al romperse el encanto :
-¡Hemos sido engañadas!- se oía a la gata Aurora- ¡corrámoslo!...
-¡Gato maldito!- decía la gata Misha.
Pero Tommy, sin dar explicaciones se paseaba por entre ellas para que los otros gatos lo envidiasen. ¡Y vaya que lo endiviaron!
Tanto que huyeron a los árboles y techos más cercanos desde donde lanzaban aullidos que semejaban chillidos de bronca.
¡Otra vez Tommy les habìa ganado con su astucia !
Y... ¿qué opinan ustedes lectores?: -quizá no sea El Conquistador pero eso sí era un gato muy, pero muy pícaro -
A eso de las cuatro de la madrugada Tommy seguía rodeado por las gatas porque no era tan malo ni tan mentiroso. Había pedido y recolectado alimento suficiente como para hacer una rica comilona.
Así que, todas quedaron piponas y se durmieron alrededor del gato hasta que los primeros rayos del Sol comenzaron a inundar el centro de la Plaza.- JUANA C. CASCARDO -

sábado, 26 de febrero de 2011

EL CAMION DE SUS SUEÑOS


EL CAMIÓN DE SUS SUEÑOS
 Cuento dedicado a Milo, mi nieto de 3 meses.
Ismael era un niño de escasos cinco a seis años. Despierto para su edad, emotivo y curioso,  que vivía cerca de la Avenida Principal; en una de las tantas Villas de Emergencia que rodean a la ciudad Capital.
Sus hermosos ojos verdosos destacaban en su rostro cetrino rodeado de un cabello espeso, negro y revuelto; mal cuidado como todo en el niño: sus manos, uñas, ropa y calzado.
Ismael pertenecía a una pequeña familia formada por un padre obrero de la construcción y una madre que se ocupaba de ellos – dos hermanos- a la vez que cuidaba ancianos por hora.
Los ingresos familiares eran escasos; pero, ambos progenitores tenían, además de buen carácter, la férrea voluntad de salir de esa situación con su esfuerzo, con el ahorro y alentaban a todos aquellos que los conocían y trataban de  mejorar.
Sin embargo, Ismael sentía muchas veces tristeza porque veía, cuando iban de compras al supermercado situado a cinco cuadras de su casa, la cantidad de cosas, especialmente juguetes, que había allí; y de los cuales carecía.
Había unos camiones,  de variados tamaños,  de madera pintada con brillantes colores que lo enloquecían. Mas, cuando pedía a sus padres que se los compraran, siempre recibía la misma respuesta: -Ahora, no.  De inmediato lo tomaban de la mano y lo conducían –un poco a la fuerza- hacia los anaqueles de los alimentos. Era lo único que sus padres compraban.
Tantas veces recibió el niño la respuesta negativa que decidió escribir una carta que envió a Papá Noel.
Querido Papá Noel:
Le mando esta carta para pedirle que me traiga para Navidad un camión de madera que está en el supermercado cerca de mi casa. Tiene ruedas negras, una caja de madera roja, la cabina también de madera verde y, adentro está tapizado de azul.
Es hermoso y a mi me gusta tanto, que siempre se lo pido a papá y a mamá, pero siempre me dicen que No.
Soy un niño bueno y me porto bien.  Ayudo a poner la mesa, a cuidar a mi hermanito, y voy al jardín todos los días.
Espero que reciba mi carta y me traiga este juguete así puedo jugar con él y los demás chicos del barrio.
Sé que vive muy lejos, en el Polo Norte, pero a lo mejor puede venir en avión y no en un trineo, para no tardar tanto.
Un abrazo
Ismael
Esta carta la dejó colgada a la puerta de su casa para que alguien la llevara al correo.
Pasaron muchos días y no recibía ninguna contestación.
Hasta que, una tarde en que el chico de  expresión triste en la mirada,  se hallaba sentado a la puerta de su casa haciendo con sus manos formas de barro, junto a su hermanito quien  intentaba gatear; acertó a pasar por allí un anciano quien llevaba un bastón y tenía una barba blanca bastante crecida.
Al ver al niño quedó prendido de sus ojos tristes  y se detuvo:
-¡Oye niño! – Dijo - ¿Qué te pasa que estás tan triste?
-No estoy triste, Señor –contestó –Estoy jugando…
-¡Vamos hijo! Tus ojos me dicen que algo te ocurre y no eres feliz –Insistió el anciano; quien se había detenido frente a los dos niños y no se movería hasta obtener una respuesta.
-¡Cuéntame! –Volvió a insistir  con voz convincente.
Ismael levantó sus bellísimos ojos hacia la cara del anciano y mirándolo con lágrimas en ellos, le dijo: -Quiero un camión de madera pintada como hay en el Supermercado.
El hombre, entonces, bajando el tono de voz, acercándose al niño, le dijo:
-¿Y por qué no le pides a tus padres?
Con más lágrimas en su rostro, Ismael  le contestó: -Ya le pedí muchas veces. Pero ellos siempre dicen que no.
-¡Ah! ¡Entiendo! – respondió el anciano y mirando hacia todas partes, para asegurarse que nadie más lo escuchase,  le dijo:
-¿Le has enviado una carta a Papá Noel,  hijo?
-¡Sí, Señor! Le envié una carta  y nunca me contestó; tampoco me trajo el camión que le pedí. Dicen que Papá Noel es muy bueno y le trae juguetes a todos los niños que se portan bien. Pero, Yo me porto bien y Él no me trajo el camión… -Terminó diciendo el chico, mientras se incorporaba y pateaba una piedrita con su zapato; cosa que  su pequeño hermano  imitó.
-¡Bueno! ¡Bueno! – Habló como para sí el hombre. Luego de unos instantes en que quizá estuvo pensando cómo interesar a los niños, explicó: -A mí, me manda Papá Noel, porque como el Polo Norte está tan lejos y lleno de hielo, busca a personas que viven más cerca para que lo ayuden. Yo puedo hacer un camión tan hermoso como los del supermercado – Concluyó.
-¿En verdad? –Casi gritó Ismael  -¿Puede hacerme un camión bonito que ande y todo?
-Si, pequeño. Yo tenía un taller aquí cerca de la casa de ustedes cuando todos los niños de este barrio recibían un juguete para Navidad. Los padres, me ayudaban. Entre todos hacíamos juguetes que luego repartíamos a los niños que se ponían felices y alegres. ¿Quieres que te enseñe?
-¡Sí. Sí, Señor! - Respondió Ismael dando un salto enorme  -Y colocándose al lado del hombre, dijo: -¡Quiero que me enseñe! ¡Quiero hacer camiones como los del supermercado para todos los niños que viven en esta Villa!...
-Bien. Entonces, primero iré a buscar los materiales. Luego, vendré con mi mesa de trabajo y nos pondremos aquí a fabricar juguetes ¿De acuerdo?
-¡Si! ¡Sí!... -Y los ojitos verdosos comenzaron a destellar; parecían centellas titilantes en el rostro feliz del niño.
Pasaron varios días hasta que una mañana, en que Ismael se levantó más temprano, justo cuando los rayos del sol iluminaban los edificios de la acera de enfrente, pudo ver cómo habían refaccionado un antiguo local que nadie utilizaba.
Tanto le interesó el cambio, que comenzó a cruzar la avenida en esa dirección. No alcanzó a hacerlo porque vio a un anciano acercándose con un brazo tendido hacia él  y portando un hermoso camión de ruedas negras, caja roja, cabina verde… Hizo sonar el claxon y el niño no pudo resistir la alegría y corrió hacia el hombre que  le entregaba el “camión de sus sueños”.
No sólo eso. Lo invitó a pasar al interior del local y al galpón del fondo.
¡Era un taller de carpintería! Y…, había muchas mesas, carpinteros armando camiones, autitos, casitas y todo tipo de juguetes de madera pintados de todos los colores más bonitos que el niño pudo haber soñado.
¡Oh!... -Atinó a decir Ismael  -¡Cuántos juguetes!... -Siguió diciendo mientras recorría, saltaba, revisaba y mostraba  una maravillosa alegría.
-Son para todos los niños del barrio que como vos, han soñado con un hermoso juguete. Desde hoy, a ninguno de tus amiguitos les faltará uno. Nosotros, junto a quienes se nos unan, haremos los juguetes más bonitos que se nos ocurran, y los repartiremos entre los niños cuyos padres, no pueden comprarlos en los supermercados o jugueterías comerciales – Explicó el
anciano de  bastón y barba blanca  –quien se hacía llamar Nemesio – y daba instrucciones a los carpinteros, dibujantes, pintores  y armadores de juguetes.
Todos trabajaban en armonía con sus rostros iluminados con la misma luz que apareció en los ojitos  del niño que recibió el “camión de sus sueños”.
JUANA C. CASCARDO  La Plata, 26 de Abril de 2012



PONY- EL PETISITO TRAVIESO


Había una vez, un Señor de avanzada edad, muy bueno , que quería mucho a los niños y era dueño de un petisito – un caballito de pelo rizado, de color marrón tabaco, con algunas pintitas blancas, con ojos redondos, de mirar profundo, que relucían con el sol y parecían echar chispitas de colores al ver a los niños; medía nada más que 90 centímetros de altura - al que los chicos del barrio le pusieron el nombre de PONY- porque era de ellos.
El buen señor permitía que todos los días del año montaran al petisito los chicos. Tanto que el caballito ya los conocía a todos y saben lo que hacían : una vez que volvían de sus escuelas, los niños se colocaban en una larga fila y venía Pony y les daba una vuelta a cada uno. Era una vuelta alrededor del parque que quedaba a dos cuadras del barrio.Eso sí, el petiso sabía perfectamente, a quién había llevado y en cuanto regresaba al punto de partida, hincaba sus manos y hacía que el chico se bajara de su lomo para que subiera el siguiente. Esto lo hacía luego de un relincho que indicaba que partiría otra vez...y asi hasta que paseaba al último chiquilín que era cuando los rayos del sol no alumbraban casi.
Pero sucedió un día que al barrio llegó una niñita muy bonita y consentida. Era hija de un adinerado cineasta y realmente tenía un rostro bellísimo: blanca, de grandes ojos verdosos, con un cabello larguísimo con reflejos rojizos, alta y esbelta; pero, sus modales no eran los más aconsejables para una niña. Estaba acostumbrada a reñir con sus vecinos y a empacarse cuando no le hacían el gusto; y a veces hasta se tiraba en el piso a patalear. Hija única, sus padres siempre le habían consentido en todo, y quizá por eso era tan caprichosa. Más de una vez sus maestros quisieron educarla, mas siempre venían los padres con reclamos. Así que en vez de exigirle, la dejaban que hiciera lo que quisiera.
Lo que no sabía esta niñita es que estaba por encontrar a quien le enseñaría que además de sus gustos están los de los demás.
Y que todos los niños tienen los mismos derechos, cuando se comportan bien.
Al ver que los chicos del barrio paseaban en el petisito, Mirella, que así se llamaba la nena rubia, quiso pasear ella también. El primer día, fue, pidió permiso, hizo la fila, y subió al petisito como todos los demás. Mas, cuando llegó a su casa, pidió a sus padres que le compraran el petiso. Y por más que trataron de convencerla de que no, tuvieron que darle la razón cuando ella se echó debajo de la enorme mesa del living y comenzó a proferir gritos y patalear tan fuerte que llamó la atención de los vecinos. Así fue como el padre le dijo:-está bien, Mirella. Yo hablaré con el dueño y si lo vende será para ti.
El padre de Mirella, afligido porque preveía lo que sucedería, fue a hablar con Don Chicho que así se llamaba el dueño del poney. El caballero lo recibió en su casa, lo hizo pasar y le sirvió un refresco por cuanto hacía bastante calor. Luego, le preguntó a qué se debía su visita a lo que Juan Pablo, el papá de la niña, contestó: -yo he venido a comprarle el petisito para mi hija.
De inmediato, Don Chicho le respondió: -de ninguna manera. Pony no tiene precio ni se lo vendo a nadie porque es de todos los chicos del barrio.Yo se los doné porque es el paseo diario, el entretenimiento más sano que puedo brindarle a los niños y continuó: -cuando yo era pequeño soñaba con montar un petisito como ése y mis padres, que eran pobres, no me lo podían comprar. De vez en cuando, venían al barrio dos mexicanos que traían sendos petisitos adornados con los cuales paseaban y fotografiaban a los niños. Ellos, me los prestaban cuando terminaba la jornada para que pudiera dar una vuelta a la plaza. Eso me llenó tanto de alegría que me dije: - si alguna vez puedo, regalaré un petisito a los niños para que estén contentos- Así que, ahora que disfruto de un buen pasar, he adquirido ese caballito para que todos los niños del barrio o los que quieran venir, puedan ser felices dando una vuelta. Lo compré recién nacido y lo crié con mucho amor, le enseñé a dar siempre la misma vuelta, a llevar a los chicos sin permitir que se cayeran o lastimaran y a bajarlos al cumplir una vuelta. Si usted quiere, puedo darle el teléfono del criador de estos caballos. Allí le darán a elegir a su hija el que más le guste.
Bueno, como se imaginarán, Juan Pablo quiso explicar a la nena, que Pony no se vendía..Pero ésta, no quiso escuchar ni una palabra. Se empacó, cerró la puerta de su habitación y se tiró en el piso a llorar y patalear.
Al día siguiente, sin decir nada a nadie, fue adonde se hallaban los chicos haciendo fila para pasear en el petisito y comenzó a gritar y a pegar a todos hasta que consiguió que le dejaran montar a Pony. Este, que de zonzo no tenía ni las crines, se dijo :-yo a ésta le voy a enseñar que tiene que respetar el turno y dar una vuelta como todos los demás... La dejó subir, mansito. Le dio la vuelta como a todos los chicos. Pero, cuando llegó al punto de partida se plantó. Hincó sus manos y de ahí no lo movió nadie. La chica, montada aún en su lomo, lloraba, gritaba y pataleaba. Mas, Pony hizo como que no la oía por un rato; y cuando se cansó, se plantó otra vez en sus cuatro patas y en vez de hincar sus manos, levantó con fuerza sus patas traseras y la niña consentida fue a parar... ¿saben adónde?...¡lo adivinaron!... a los pastos. Dio con su trasero arriba de una ortiga...mientras tanto, el resto de los niños comenzaron a cantar:- Pony es de los niños que quieren pasear.... Pony es de los niños que contentos están
¡ Qué vergüenza que pasó Mirella!
La primera vez en su vida que alguien no se rendía ante sus caprichos. Y era nada menos que un caballito.
Ninguno de los niños la ayudó a levantarse. Tuvo que limpiarse el vestido y caminar hasta su casa con el trasero muy dolorido. Y lo peor de todo fue que, Juan Pablo, su padre, y Julia, su madre, lejos de apañarla, la pusieron en penitencia y le ordenaron que fuera a pedir disculpas al dueño del caballito y a todos los niños a quienes había ofendido con su actitud.
Así fue como Mirella, con la cabeza gacha y muy modosita, pidió que la disculparan.
A partir de ese día, cambió. No se tiró más al piso a gritar y patalear ni se empacó como lo hacía antes. Se hizo buena y como todos los otros niños esperó impaciente a Pony, quien sin guardarle rencor la paseaba, una vuelta alrededor del parque y como a todos, la bajaba hincando sus dos manos y relinchando...
Mirella se transformó con el pasar del tiempo, en una joven bellísima que iba a bailar con todos los jóvenes que, como ella, dieron la vuelta en petiso. Y algo más, ¿saben con quién se casó ? pues con Marcelo, un vecino muy apuesto que desde que la vio por primera vez quedó prendado de su belleza.
Pony, el petisito travieso, continuó paseando día a día a todos los niños del barrio y los que querían hacer la fila, colmándolos de alegría.- JUANA C. CASCARDO.-

LUNÁTICO Y PIMPA

Había una vez un perro al que llamaban Lunático porque tenía días en los que mordía a todas las personas que acertaban a pasar por la vereda de su casa sin saber que a él le molestaba que pasaran corriendo o caminando delante de sus narices. Además de malo era feo: de pelo largo hirsuto gris oscuro y bigotes duros y para colmo estaba tan flaco que se le notaban todos los huesos porque era tan malo que siempre estaba de mal humor. En el barrio ya lo conocían tanto que todas las mamás o abuelas se cruzaban a la vereda de enfrente para que Lunático no las mordiera.
Todo el barrio firmó quejas y presentó notas para que resolvieran el problema; pero, el dueño del perro malo era quien recibía las quejas y las rompía sin que llegaran a manos de los Jefes. Así que Lunático siguió molestando a toda la gente por mucho tiempo; hasta que, un buen día, apareció en la esquina de enfrente una Señora, que era vecina nueva, quien llevaba sujeta con una correa a una perrita preciosa, de color blanco con manchitas de color té. La perrita estaba recién bañada con champú, perfumada y lucía un enorme moño rosa en la parte superior de su cuello que la hacía más linda todavía. La perrita se llamaba Pimpa y saltaba alrededor de su dueña. Cuando Lunático la vió de inmediato se enamoró –entrecerraba sus ojos y veía un montón de corazoncitos de colores en torno de la perrita- Entonces, el perro malo, trató de acercarse a Pimpa. Y no había caso. Esta lo rechazaba levantando orgullosa su hocico y dándole a entender que él no era para ella.
Tanto lo había tocado el amor a Lunático que comenzó a cambiar. En vez de pasearse de una punta a otra de la casa, se echaba en el pórtico y aunque pasaran chicos o grandes por su vereda no los corría ni gruñía, ni los miraba siquiera. Porque él lo único que esperaba era ver a Pimpa paseando con su dueña por la vereda de enfrente.
Por más que quisiera llamar la atención de la perrita buena, que hacía caso a las instrucciones de su dueña y que en vez de morder a los chicos, jugaba cariñosamente con ellos; ésta le daba vuelta la cara.
¿ Y saben por qué? Pues porque en cuanto llegó al barrio le contaron los vecinos que Lunático corría y peleaba a todos los chicos; que los perseguía y mordía. Pero, además, apestaba. Tenía un olor a malo y sucio que volteaba.
Cuando Lunático se enteró –porque eso sí, su oído era muy fino y escuchaba todas las conversaciones- que Pimpa no lo aceptaba por su mal humor y su aspecto, le pidió a su dueño, dándole mordiscos en sus zapatos y pantalones y gruñéndolo que lo hermoseara.
Así fue como, de pronto, Lunático –por el milagro que hizo el amor-se transformó.
Apareció en su vereda con un aspecto diferente. Su pelo gris oscuro, brillaba con el Sol. Sus bigotes estaban recortados y peinados y sus ojos inquietos miraban para la vereda de enfrente adonde seguramente Pimpa se sorprendería ante tanto cambio.
Lunático, calmo y hermoso, amansado por el amor que sentía por Pimpa, dejaba pasar por su vereda, sin morder, a todos los niños del barrio. Impaciente porque la perrita no llegaba, estaba por echar todo a perder tirándose contra la puerta, cuando la descubrió.
Pimpa venía sonriente, moviendo su cola y haciéndose la interesante. Pero ¿saben? venía en dirección a Lunático, por su vereda y sin cuerda que la sujetara.
Su dueña, viendo el cambio producido en el perro y dándose cuenta que Lunático y Pimpa estaban enamorados, la dejó suelta para que ella decidiera.
Ellos se miraban embobados y se daban besitos de hocico; mientras todos los vecinos, incluso algún niño que antes hubiera salido corriendo para que no lo mordiera el perro malo, festejaban en la vereda con aplausos y sirviéndoles sabrosos platos de comida a los dos.
A partir de ese instante, Pimpa y Lunático tuvieron una cachorrada y paseaban un tiempo por la vereda de la casa de él y otro por la vereda de la casa de ella, sin pelearse nunca.
...Y colorín colorado este cuento se ha terminado...
¡Espero que les haya gustado !
JUANA C. CASCARDO

INTENCION DE LA AUTORA

La intención al abrir este blog es de mostrar mis cuentos infantiles. Aquellos que fui escribiendo a medida que nacían mis nietas y en los cuales he pretendido expresar mis sentimientos, mi emoción, creando a través del lenguaje literario, una comunicación que preserve del olvido esa etapa maravillosa de la infancia de ellas, la que he compartido desde mi visión de abuela, de mujer de edad madura. Pero, también es ir mostrando lo que otros autores hacen en materia literatura infantil; así como dibujos, fotografías, ilustraciones; todos realizados por niños de diferentes edades, entre los cuales aparecerán los de mis nietas. JUANA C. CASCARDO