EL CAMIÓN DE SUS
SUEÑOS
Cuento dedicado a Milo, mi nieto de 3 meses.
Ismael era un niño de escasos
cinco a seis años. Despierto para su edad, emotivo y curioso, que vivía cerca de la Avenida Principal; en
una de las tantas Villas de Emergencia que rodean a la ciudad Capital.
Sus hermosos ojos verdosos
destacaban en su rostro cetrino rodeado de un cabello espeso, negro y revuelto;
mal cuidado como todo en el niño: sus manos, uñas, ropa y calzado.
Ismael pertenecía a una
pequeña familia formada por un padre obrero de la construcción y una madre que
se ocupaba de ellos – dos hermanos- a la vez que cuidaba ancianos por hora.
Los ingresos familiares eran
escasos; pero, ambos progenitores tenían, además de buen carácter, la férrea
voluntad de salir de esa situación con su esfuerzo, con el ahorro y alentaban a
todos aquellos que los conocían y trataban de mejorar.
Sin embargo, Ismael sentía
muchas veces tristeza porque veía, cuando iban de compras al supermercado
situado a cinco cuadras de su casa, la cantidad de cosas, especialmente
juguetes, que había allí; y de los cuales carecía.
Había unos camiones, de variados tamaños, de madera pintada con brillantes colores que lo
enloquecían. Mas, cuando pedía a sus padres que se los compraran, siempre
recibía la misma respuesta: -Ahora, no. De
inmediato lo tomaban de la mano y lo conducían –un poco a la fuerza- hacia los
anaqueles de los alimentos. Era lo único que sus padres compraban.
Tantas veces recibió el niño
la respuesta negativa que decidió escribir una carta que envió a Papá Noel.
Querido Papá Noel:
Le
mando esta carta para pedirle que me traiga para Navidad un camión de madera
que está en el supermercado cerca de mi casa. Tiene ruedas negras, una caja de
madera roja, la cabina también de madera verde y, adentro está tapizado de
azul.
Es
hermoso y a mi me gusta tanto, que siempre se lo pido a papá y a mamá, pero
siempre me dicen que No.
Soy
un niño bueno y me porto bien. Ayudo a
poner la mesa, a cuidar a mi hermanito, y voy al jardín todos los días.
Espero
que reciba mi carta y me traiga este juguete así puedo jugar con él y los demás
chicos del barrio.
Sé
que vive muy lejos, en el Polo Norte, pero a lo mejor puede venir en avión y no
en un trineo, para no tardar tanto.
Un abrazo
Ismael
Esta carta la dejó colgada a
la puerta de su casa para que alguien la llevara al correo.
Pasaron muchos días y no
recibía ninguna contestación.
Hasta que, una tarde en que el
chico de expresión triste en la mirada, se hallaba sentado a la puerta de su casa haciendo
con sus manos formas de barro, junto a su hermanito quien intentaba gatear; acertó a pasar por allí un
anciano quien llevaba un bastón y tenía una barba blanca bastante crecida.
Al ver al niño quedó prendido
de sus ojos tristes y se detuvo:
-¡Oye niño! – Dijo - ¿Qué te
pasa que estás tan triste?
-No estoy triste, Señor
–contestó –Estoy jugando…
-¡Vamos hijo! Tus ojos me
dicen que algo te ocurre y no eres feliz –Insistió el anciano; quien se había
detenido frente a los dos niños y no se movería hasta obtener una respuesta.
-¡Cuéntame! –Volvió a
insistir con voz convincente.
Ismael levantó sus bellísimos
ojos hacia la cara del anciano y mirándolo con lágrimas en ellos, le dijo:
-Quiero un camión de madera pintada como hay en el Supermercado.
El hombre, entonces, bajando
el tono de voz, acercándose al niño, le dijo:
-¿Y por qué no le pides a tus
padres?
Con más lágrimas en su rostro,
Ismael le contestó: -Ya le pedí muchas
veces. Pero ellos siempre dicen que no.
-¡Ah! ¡Entiendo! – respondió
el anciano y mirando hacia todas partes, para asegurarse que nadie más lo
escuchase, le dijo:
-¿Le has enviado una carta a Papá
Noel, hijo?
-¡Sí, Señor! Le envié una
carta y nunca me contestó; tampoco me
trajo el camión que le pedí. Dicen que Papá Noel es muy bueno y le trae
juguetes a todos los niños que se portan bien. Pero, Yo me porto bien y Él no
me trajo el camión… -Terminó diciendo el chico, mientras se incorporaba y
pateaba una piedrita con su zapato; cosa que
su pequeño hermano imitó.
-¡Bueno! ¡Bueno! – Habló como
para sí el hombre. Luego de unos instantes en que quizá estuvo pensando cómo
interesar a los niños, explicó: -A mí, me manda Papá Noel, porque como el Polo
Norte está tan lejos y lleno de hielo, busca a personas que viven más cerca
para que lo ayuden. Yo puedo hacer un camión tan hermoso como los del
supermercado – Concluyó.
-¿En verdad? –Casi gritó Ismael
-¿Puede hacerme un camión bonito que
ande y todo?
-Si, pequeño. Yo tenía un
taller aquí cerca de la casa de ustedes cuando todos los niños de este barrio
recibían un juguete para Navidad. Los padres, me ayudaban. Entre todos hacíamos
juguetes que luego repartíamos a los niños que se ponían felices y alegres. ¿Quieres
que te enseñe?
-¡Sí. Sí, Señor! - Respondió Ismael
dando un salto enorme -Y colocándose al
lado del hombre, dijo: -¡Quiero que me enseñe! ¡Quiero hacer camiones como los
del supermercado para todos los niños que viven en esta Villa!...
-Bien. Entonces, primero iré a
buscar los materiales. Luego, vendré con mi mesa de trabajo y nos pondremos
aquí a fabricar juguetes ¿De acuerdo?
-¡Si! ¡Sí!... -Y los ojitos
verdosos comenzaron a destellar; parecían centellas titilantes en el rostro
feliz del niño.
Pasaron varios días hasta que
una mañana, en que Ismael se levantó más temprano, justo cuando los rayos del
sol iluminaban los edificios de la acera de enfrente, pudo ver cómo habían refaccionado
un antiguo local que nadie utilizaba.
Tanto le interesó el cambio,
que comenzó a cruzar la avenida en esa dirección. No alcanzó a hacerlo porque
vio a un anciano acercándose con un brazo tendido hacia él y portando un hermoso camión de ruedas negras,
caja roja, cabina verde… Hizo sonar el claxon y el niño no pudo resistir la
alegría y corrió hacia el hombre que le
entregaba el “camión de sus sueños”.
No sólo eso. Lo invitó a pasar
al interior del local y al galpón del fondo.
¡Era un taller de carpintería!
Y…, había muchas mesas, carpinteros armando camiones, autitos, casitas y todo
tipo de juguetes de madera pintados de todos los colores más bonitos que el
niño pudo haber soñado.
¡Oh!... -Atinó a decir Ismael -¡Cuántos juguetes!... -Siguió diciendo
mientras recorría, saltaba, revisaba y mostraba una maravillosa alegría.
-Son para todos los niños del
barrio que como vos, han soñado con un hermoso juguete. Desde hoy, a ninguno de
tus amiguitos les faltará uno. Nosotros, junto a quienes se nos unan, haremos
los juguetes más bonitos que se nos ocurran, y los repartiremos entre los niños
cuyos padres, no pueden comprarlos en los supermercados o jugueterías
comerciales – Explicó el
anciano de bastón y barba blanca –quien se hacía llamar Nemesio – y daba
instrucciones a los carpinteros, dibujantes, pintores y armadores de juguetes.
Todos trabajaban en armonía
con sus rostros iluminados con la misma luz que apareció en los ojitos del niño que recibió el “camión de sus sueños”.
JUANA C. CASCARDO La Plata, 26 de Abril de 2012