Haz de Nomeolvides

Haz de Nomeolvides
Haz de cuentos infantiles dedicados a mis nietas y nieto, dibujos de Jana, Maia, Mara y Milo. Además poemas y cuentos infantiles de otros autores

sábado, 26 de febrero de 2011

EL CAMION DE SUS SUEÑOS


EL CAMIÓN DE SUS SUEÑOS
 Cuento dedicado a Milo, mi nieto de 3 meses.
Ismael era un niño de escasos cinco a seis años. Despierto para su edad, emotivo y curioso,  que vivía cerca de la Avenida Principal; en una de las tantas Villas de Emergencia que rodean a la ciudad Capital.
Sus hermosos ojos verdosos destacaban en su rostro cetrino rodeado de un cabello espeso, negro y revuelto; mal cuidado como todo en el niño: sus manos, uñas, ropa y calzado.
Ismael pertenecía a una pequeña familia formada por un padre obrero de la construcción y una madre que se ocupaba de ellos – dos hermanos- a la vez que cuidaba ancianos por hora.
Los ingresos familiares eran escasos; pero, ambos progenitores tenían, además de buen carácter, la férrea voluntad de salir de esa situación con su esfuerzo, con el ahorro y alentaban a todos aquellos que los conocían y trataban de  mejorar.
Sin embargo, Ismael sentía muchas veces tristeza porque veía, cuando iban de compras al supermercado situado a cinco cuadras de su casa, la cantidad de cosas, especialmente juguetes, que había allí; y de los cuales carecía.
Había unos camiones,  de variados tamaños,  de madera pintada con brillantes colores que lo enloquecían. Mas, cuando pedía a sus padres que se los compraran, siempre recibía la misma respuesta: -Ahora, no.  De inmediato lo tomaban de la mano y lo conducían –un poco a la fuerza- hacia los anaqueles de los alimentos. Era lo único que sus padres compraban.
Tantas veces recibió el niño la respuesta negativa que decidió escribir una carta que envió a Papá Noel.
Querido Papá Noel:
Le mando esta carta para pedirle que me traiga para Navidad un camión de madera que está en el supermercado cerca de mi casa. Tiene ruedas negras, una caja de madera roja, la cabina también de madera verde y, adentro está tapizado de azul.
Es hermoso y a mi me gusta tanto, que siempre se lo pido a papá y a mamá, pero siempre me dicen que No.
Soy un niño bueno y me porto bien.  Ayudo a poner la mesa, a cuidar a mi hermanito, y voy al jardín todos los días.
Espero que reciba mi carta y me traiga este juguete así puedo jugar con él y los demás chicos del barrio.
Sé que vive muy lejos, en el Polo Norte, pero a lo mejor puede venir en avión y no en un trineo, para no tardar tanto.
Un abrazo
Ismael
Esta carta la dejó colgada a la puerta de su casa para que alguien la llevara al correo.
Pasaron muchos días y no recibía ninguna contestación.
Hasta que, una tarde en que el chico de  expresión triste en la mirada,  se hallaba sentado a la puerta de su casa haciendo con sus manos formas de barro, junto a su hermanito quien  intentaba gatear; acertó a pasar por allí un anciano quien llevaba un bastón y tenía una barba blanca bastante crecida.
Al ver al niño quedó prendido de sus ojos tristes  y se detuvo:
-¡Oye niño! – Dijo - ¿Qué te pasa que estás tan triste?
-No estoy triste, Señor –contestó –Estoy jugando…
-¡Vamos hijo! Tus ojos me dicen que algo te ocurre y no eres feliz –Insistió el anciano; quien se había detenido frente a los dos niños y no se movería hasta obtener una respuesta.
-¡Cuéntame! –Volvió a insistir  con voz convincente.
Ismael levantó sus bellísimos ojos hacia la cara del anciano y mirándolo con lágrimas en ellos, le dijo: -Quiero un camión de madera pintada como hay en el Supermercado.
El hombre, entonces, bajando el tono de voz, acercándose al niño, le dijo:
-¿Y por qué no le pides a tus padres?
Con más lágrimas en su rostro, Ismael  le contestó: -Ya le pedí muchas veces. Pero ellos siempre dicen que no.
-¡Ah! ¡Entiendo! – respondió el anciano y mirando hacia todas partes, para asegurarse que nadie más lo escuchase,  le dijo:
-¿Le has enviado una carta a Papá Noel,  hijo?
-¡Sí, Señor! Le envié una carta  y nunca me contestó; tampoco me trajo el camión que le pedí. Dicen que Papá Noel es muy bueno y le trae juguetes a todos los niños que se portan bien. Pero, Yo me porto bien y Él no me trajo el camión… -Terminó diciendo el chico, mientras se incorporaba y pateaba una piedrita con su zapato; cosa que  su pequeño hermano  imitó.
-¡Bueno! ¡Bueno! – Habló como para sí el hombre. Luego de unos instantes en que quizá estuvo pensando cómo interesar a los niños, explicó: -A mí, me manda Papá Noel, porque como el Polo Norte está tan lejos y lleno de hielo, busca a personas que viven más cerca para que lo ayuden. Yo puedo hacer un camión tan hermoso como los del supermercado – Concluyó.
-¿En verdad? –Casi gritó Ismael  -¿Puede hacerme un camión bonito que ande y todo?
-Si, pequeño. Yo tenía un taller aquí cerca de la casa de ustedes cuando todos los niños de este barrio recibían un juguete para Navidad. Los padres, me ayudaban. Entre todos hacíamos juguetes que luego repartíamos a los niños que se ponían felices y alegres. ¿Quieres que te enseñe?
-¡Sí. Sí, Señor! - Respondió Ismael dando un salto enorme  -Y colocándose al lado del hombre, dijo: -¡Quiero que me enseñe! ¡Quiero hacer camiones como los del supermercado para todos los niños que viven en esta Villa!...
-Bien. Entonces, primero iré a buscar los materiales. Luego, vendré con mi mesa de trabajo y nos pondremos aquí a fabricar juguetes ¿De acuerdo?
-¡Si! ¡Sí!... -Y los ojitos verdosos comenzaron a destellar; parecían centellas titilantes en el rostro feliz del niño.
Pasaron varios días hasta que una mañana, en que Ismael se levantó más temprano, justo cuando los rayos del sol iluminaban los edificios de la acera de enfrente, pudo ver cómo habían refaccionado un antiguo local que nadie utilizaba.
Tanto le interesó el cambio, que comenzó a cruzar la avenida en esa dirección. No alcanzó a hacerlo porque vio a un anciano acercándose con un brazo tendido hacia él  y portando un hermoso camión de ruedas negras, caja roja, cabina verde… Hizo sonar el claxon y el niño no pudo resistir la alegría y corrió hacia el hombre que  le entregaba el “camión de sus sueños”.
No sólo eso. Lo invitó a pasar al interior del local y al galpón del fondo.
¡Era un taller de carpintería! Y…, había muchas mesas, carpinteros armando camiones, autitos, casitas y todo tipo de juguetes de madera pintados de todos los colores más bonitos que el niño pudo haber soñado.
¡Oh!... -Atinó a decir Ismael  -¡Cuántos juguetes!... -Siguió diciendo mientras recorría, saltaba, revisaba y mostraba  una maravillosa alegría.
-Son para todos los niños del barrio que como vos, han soñado con un hermoso juguete. Desde hoy, a ninguno de tus amiguitos les faltará uno. Nosotros, junto a quienes se nos unan, haremos los juguetes más bonitos que se nos ocurran, y los repartiremos entre los niños cuyos padres, no pueden comprarlos en los supermercados o jugueterías comerciales – Explicó el
anciano de  bastón y barba blanca  –quien se hacía llamar Nemesio – y daba instrucciones a los carpinteros, dibujantes, pintores  y armadores de juguetes.
Todos trabajaban en armonía con sus rostros iluminados con la misma luz que apareció en los ojitos  del niño que recibió el “camión de sus sueños”.
JUANA C. CASCARDO  La Plata, 26 de Abril de 2012



PONY- EL PETISITO TRAVIESO


Había una vez, un Señor de avanzada edad, muy bueno , que quería mucho a los niños y era dueño de un petisito – un caballito de pelo rizado, de color marrón tabaco, con algunas pintitas blancas, con ojos redondos, de mirar profundo, que relucían con el sol y parecían echar chispitas de colores al ver a los niños; medía nada más que 90 centímetros de altura - al que los chicos del barrio le pusieron el nombre de PONY- porque era de ellos.
El buen señor permitía que todos los días del año montaran al petisito los chicos. Tanto que el caballito ya los conocía a todos y saben lo que hacían : una vez que volvían de sus escuelas, los niños se colocaban en una larga fila y venía Pony y les daba una vuelta a cada uno. Era una vuelta alrededor del parque que quedaba a dos cuadras del barrio.Eso sí, el petiso sabía perfectamente, a quién había llevado y en cuanto regresaba al punto de partida, hincaba sus manos y hacía que el chico se bajara de su lomo para que subiera el siguiente. Esto lo hacía luego de un relincho que indicaba que partiría otra vez...y asi hasta que paseaba al último chiquilín que era cuando los rayos del sol no alumbraban casi.
Pero sucedió un día que al barrio llegó una niñita muy bonita y consentida. Era hija de un adinerado cineasta y realmente tenía un rostro bellísimo: blanca, de grandes ojos verdosos, con un cabello larguísimo con reflejos rojizos, alta y esbelta; pero, sus modales no eran los más aconsejables para una niña. Estaba acostumbrada a reñir con sus vecinos y a empacarse cuando no le hacían el gusto; y a veces hasta se tiraba en el piso a patalear. Hija única, sus padres siempre le habían consentido en todo, y quizá por eso era tan caprichosa. Más de una vez sus maestros quisieron educarla, mas siempre venían los padres con reclamos. Así que en vez de exigirle, la dejaban que hiciera lo que quisiera.
Lo que no sabía esta niñita es que estaba por encontrar a quien le enseñaría que además de sus gustos están los de los demás.
Y que todos los niños tienen los mismos derechos, cuando se comportan bien.
Al ver que los chicos del barrio paseaban en el petisito, Mirella, que así se llamaba la nena rubia, quiso pasear ella también. El primer día, fue, pidió permiso, hizo la fila, y subió al petisito como todos los demás. Mas, cuando llegó a su casa, pidió a sus padres que le compraran el petiso. Y por más que trataron de convencerla de que no, tuvieron que darle la razón cuando ella se echó debajo de la enorme mesa del living y comenzó a proferir gritos y patalear tan fuerte que llamó la atención de los vecinos. Así fue como el padre le dijo:-está bien, Mirella. Yo hablaré con el dueño y si lo vende será para ti.
El padre de Mirella, afligido porque preveía lo que sucedería, fue a hablar con Don Chicho que así se llamaba el dueño del poney. El caballero lo recibió en su casa, lo hizo pasar y le sirvió un refresco por cuanto hacía bastante calor. Luego, le preguntó a qué se debía su visita a lo que Juan Pablo, el papá de la niña, contestó: -yo he venido a comprarle el petisito para mi hija.
De inmediato, Don Chicho le respondió: -de ninguna manera. Pony no tiene precio ni se lo vendo a nadie porque es de todos los chicos del barrio.Yo se los doné porque es el paseo diario, el entretenimiento más sano que puedo brindarle a los niños y continuó: -cuando yo era pequeño soñaba con montar un petisito como ése y mis padres, que eran pobres, no me lo podían comprar. De vez en cuando, venían al barrio dos mexicanos que traían sendos petisitos adornados con los cuales paseaban y fotografiaban a los niños. Ellos, me los prestaban cuando terminaba la jornada para que pudiera dar una vuelta a la plaza. Eso me llenó tanto de alegría que me dije: - si alguna vez puedo, regalaré un petisito a los niños para que estén contentos- Así que, ahora que disfruto de un buen pasar, he adquirido ese caballito para que todos los niños del barrio o los que quieran venir, puedan ser felices dando una vuelta. Lo compré recién nacido y lo crié con mucho amor, le enseñé a dar siempre la misma vuelta, a llevar a los chicos sin permitir que se cayeran o lastimaran y a bajarlos al cumplir una vuelta. Si usted quiere, puedo darle el teléfono del criador de estos caballos. Allí le darán a elegir a su hija el que más le guste.
Bueno, como se imaginarán, Juan Pablo quiso explicar a la nena, que Pony no se vendía..Pero ésta, no quiso escuchar ni una palabra. Se empacó, cerró la puerta de su habitación y se tiró en el piso a llorar y patalear.
Al día siguiente, sin decir nada a nadie, fue adonde se hallaban los chicos haciendo fila para pasear en el petisito y comenzó a gritar y a pegar a todos hasta que consiguió que le dejaran montar a Pony. Este, que de zonzo no tenía ni las crines, se dijo :-yo a ésta le voy a enseñar que tiene que respetar el turno y dar una vuelta como todos los demás... La dejó subir, mansito. Le dio la vuelta como a todos los chicos. Pero, cuando llegó al punto de partida se plantó. Hincó sus manos y de ahí no lo movió nadie. La chica, montada aún en su lomo, lloraba, gritaba y pataleaba. Mas, Pony hizo como que no la oía por un rato; y cuando se cansó, se plantó otra vez en sus cuatro patas y en vez de hincar sus manos, levantó con fuerza sus patas traseras y la niña consentida fue a parar... ¿saben adónde?...¡lo adivinaron!... a los pastos. Dio con su trasero arriba de una ortiga...mientras tanto, el resto de los niños comenzaron a cantar:- Pony es de los niños que quieren pasear.... Pony es de los niños que contentos están
¡ Qué vergüenza que pasó Mirella!
La primera vez en su vida que alguien no se rendía ante sus caprichos. Y era nada menos que un caballito.
Ninguno de los niños la ayudó a levantarse. Tuvo que limpiarse el vestido y caminar hasta su casa con el trasero muy dolorido. Y lo peor de todo fue que, Juan Pablo, su padre, y Julia, su madre, lejos de apañarla, la pusieron en penitencia y le ordenaron que fuera a pedir disculpas al dueño del caballito y a todos los niños a quienes había ofendido con su actitud.
Así fue como Mirella, con la cabeza gacha y muy modosita, pidió que la disculparan.
A partir de ese día, cambió. No se tiró más al piso a gritar y patalear ni se empacó como lo hacía antes. Se hizo buena y como todos los otros niños esperó impaciente a Pony, quien sin guardarle rencor la paseaba, una vuelta alrededor del parque y como a todos, la bajaba hincando sus dos manos y relinchando...
Mirella se transformó con el pasar del tiempo, en una joven bellísima que iba a bailar con todos los jóvenes que, como ella, dieron la vuelta en petiso. Y algo más, ¿saben con quién se casó ? pues con Marcelo, un vecino muy apuesto que desde que la vio por primera vez quedó prendado de su belleza.
Pony, el petisito travieso, continuó paseando día a día a todos los niños del barrio y los que querían hacer la fila, colmándolos de alegría.- JUANA C. CASCARDO.-

LUNÁTICO Y PIMPA

Había una vez un perro al que llamaban Lunático porque tenía días en los que mordía a todas las personas que acertaban a pasar por la vereda de su casa sin saber que a él le molestaba que pasaran corriendo o caminando delante de sus narices. Además de malo era feo: de pelo largo hirsuto gris oscuro y bigotes duros y para colmo estaba tan flaco que se le notaban todos los huesos porque era tan malo que siempre estaba de mal humor. En el barrio ya lo conocían tanto que todas las mamás o abuelas se cruzaban a la vereda de enfrente para que Lunático no las mordiera.
Todo el barrio firmó quejas y presentó notas para que resolvieran el problema; pero, el dueño del perro malo era quien recibía las quejas y las rompía sin que llegaran a manos de los Jefes. Así que Lunático siguió molestando a toda la gente por mucho tiempo; hasta que, un buen día, apareció en la esquina de enfrente una Señora, que era vecina nueva, quien llevaba sujeta con una correa a una perrita preciosa, de color blanco con manchitas de color té. La perrita estaba recién bañada con champú, perfumada y lucía un enorme moño rosa en la parte superior de su cuello que la hacía más linda todavía. La perrita se llamaba Pimpa y saltaba alrededor de su dueña. Cuando Lunático la vió de inmediato se enamoró –entrecerraba sus ojos y veía un montón de corazoncitos de colores en torno de la perrita- Entonces, el perro malo, trató de acercarse a Pimpa. Y no había caso. Esta lo rechazaba levantando orgullosa su hocico y dándole a entender que él no era para ella.
Tanto lo había tocado el amor a Lunático que comenzó a cambiar. En vez de pasearse de una punta a otra de la casa, se echaba en el pórtico y aunque pasaran chicos o grandes por su vereda no los corría ni gruñía, ni los miraba siquiera. Porque él lo único que esperaba era ver a Pimpa paseando con su dueña por la vereda de enfrente.
Por más que quisiera llamar la atención de la perrita buena, que hacía caso a las instrucciones de su dueña y que en vez de morder a los chicos, jugaba cariñosamente con ellos; ésta le daba vuelta la cara.
¿ Y saben por qué? Pues porque en cuanto llegó al barrio le contaron los vecinos que Lunático corría y peleaba a todos los chicos; que los perseguía y mordía. Pero, además, apestaba. Tenía un olor a malo y sucio que volteaba.
Cuando Lunático se enteró –porque eso sí, su oído era muy fino y escuchaba todas las conversaciones- que Pimpa no lo aceptaba por su mal humor y su aspecto, le pidió a su dueño, dándole mordiscos en sus zapatos y pantalones y gruñéndolo que lo hermoseara.
Así fue como, de pronto, Lunático –por el milagro que hizo el amor-se transformó.
Apareció en su vereda con un aspecto diferente. Su pelo gris oscuro, brillaba con el Sol. Sus bigotes estaban recortados y peinados y sus ojos inquietos miraban para la vereda de enfrente adonde seguramente Pimpa se sorprendería ante tanto cambio.
Lunático, calmo y hermoso, amansado por el amor que sentía por Pimpa, dejaba pasar por su vereda, sin morder, a todos los niños del barrio. Impaciente porque la perrita no llegaba, estaba por echar todo a perder tirándose contra la puerta, cuando la descubrió.
Pimpa venía sonriente, moviendo su cola y haciéndose la interesante. Pero ¿saben? venía en dirección a Lunático, por su vereda y sin cuerda que la sujetara.
Su dueña, viendo el cambio producido en el perro y dándose cuenta que Lunático y Pimpa estaban enamorados, la dejó suelta para que ella decidiera.
Ellos se miraban embobados y se daban besitos de hocico; mientras todos los vecinos, incluso algún niño que antes hubiera salido corriendo para que no lo mordiera el perro malo, festejaban en la vereda con aplausos y sirviéndoles sabrosos platos de comida a los dos.
A partir de ese instante, Pimpa y Lunático tuvieron una cachorrada y paseaban un tiempo por la vereda de la casa de él y otro por la vereda de la casa de ella, sin pelearse nunca.
...Y colorín colorado este cuento se ha terminado...
¡Espero que les haya gustado !
JUANA C. CASCARDO

INTENCION DE LA AUTORA

La intención al abrir este blog es de mostrar mis cuentos infantiles. Aquellos que fui escribiendo a medida que nacían mis nietas y en los cuales he pretendido expresar mis sentimientos, mi emoción, creando a través del lenguaje literario, una comunicación que preserve del olvido esa etapa maravillosa de la infancia de ellas, la que he compartido desde mi visión de abuela, de mujer de edad madura. Pero, también es ir mostrando lo que otros autores hacen en materia literatura infantil; así como dibujos, fotografías, ilustraciones; todos realizados por niños de diferentes edades, entre los cuales aparecerán los de mis nietas. JUANA C. CASCARDO