Había
una vez, una pareja de Osos que querían tener un hijito. Lo esperaban y no llegaba;
hasta que, un día, la Osa dijo: -iré a ver a la Señor Lechuza Blanca para que
me diga cuándo podré tener un hijo.
El
Oso, le contestó:-si esa es tu voluntad, hazlo.
Y
así fue como la Señora Lechuza Blanca que atendía en lo alto del árbol de la
adivinación pronosticó: -Señora Osa, un osito viene en camino. Será más pequeño
que los demás, pero, muy tierno y famoso.
Entonces
la Osa, llena de emoción le dio un beso a la Lechuza Blanca y partió como un
rayo a contarle a Papá Oso; quien, cuando se enteró que Ella sería mamá, la
abrazó muy pero muy fuerte y le dijo: -No me importa que sea pequeño. Será
nuestro hijo y lo querremos mucho.
Pasó
el tiempo y llegó el bebé pequeñito, un poco débil para ser hijo de Osos; pero,
cuando lloró, su primer llanto fue para el placer de los papis como una
sinfonía y por eso, se les ocurrió el nombre de SINFOROSO. Y le quedó puesto
ese nombre.
Como
ya les había contado, Sinforoso no era grande ni fuerte como los demás oseznos;
mas tenía una agilidad que le permitía trepar muy rápido a las ramas de los
árboles en busca del alimento que más les gusta a los osos: “LA MIEL”, de los
panales de abejas y avispas… Y, tan dúctil era su cuerpo que en el instante en
que las obreras lo perseguían por comerles la miel, él rodaba como si fuera una
pelota y sollozaba. Como su sollozo parecía música producía el encantamiento de
quienes dejaban de perseguirlo para detenerse a escucharlo.
Así
fue creciendo sinforoso. De panal en panal devoraba toda la miel que
encontraba. Seguía siendo pequeño y redondo, de tanto dulce que consumía y no
tenía músculos fuertes. Pero, sucedió que un día, mientras el osezno tenía
medio cuerpo metido dentro del tronco de un árbol, y se encontraba comiendo la
rica miel, pasó por allí Hércules (un osezno musculoso, fuerte, alto y vigoroso
que practicaba gimnasia). Este vio la parte trasera de Sinforoso –Lo único que
quedaba afuera del tronco- y de inmediato con su instinto y su olfato muy
desarrollados se dio cuento de lo que hacía el gordinflón.
Entonces,
respiró hondo, se plantó con sus piernas abiertas ante Sinforoso, lo tomó con
sus brazos poderosos, lo arrancó del panal de un tirón y dando una voltereta lo
elevó por el aire para dejarlo caer en un charco inmenso que parecía un lago; y
meter luego su hocico en el panal y comerse todo lo que quedaba.
Sinforoso
dio con su trasero en el fondo del barroso
charco y con toda su trompa embadurnada, con su pecho pegoteado por la
miel, comenzó a lavarse sollozando porque le habían quietado su manjar; porque
Hércules dejaría el avispero vacío, porque le dolía mucho su trasero y porque
le costaba sacar el pegote de su piel…
Mas,
ya les dije que los sollozos del pequeñín eran como música sinfónica.
Al
rato, todos los animalitos del bosque rodeaba al osezno encantados de oírlo.
Llegaban y se quedaban sentados escuchándolo. En primera fila las ardillitas,
luego venían los mapaches, más atrás los ciervos con sus bellas cornamentas y
finalmente la familia de los osos pardos, los grises… y quizás, algún oso
blanco. Hasta los pájaros y las aves canoras volaban en bandadas en torno del
pequeño oso que seguía llorando, pidiendo por su mamá.
De
entre los espectadores apareció un Oso más grande (que bien pudo haber sido su
Tío) y comenzó a tocar su instrumento preferido: el violín, de modo tal que
entre los sollozos de Sinforoso y la melodía del Oso violinero, formaron un dúo
que atrajo a todos hasta el charco; entre ellos los padres del osito quienes,
admirados, no podían creen lo que veían y escuchaban.
Para
no interrumpir el espectáculo mamá Osa esperó a que terminaran su
interpretación y corrió a abrazar a su hijo y a quitarle el pegote de su piel
con toda la paciencia de las mamás emocionadas por la ternura de sus críos.
El
Osito se olvidó por completo del dolor de su trasero, también de la bestia de
Hércules y de los avisperos para disfrutar del cariño de mamá y papá osos.
Pero…,
aquí no termina la historia…
El
Oso Sinforoso
Y
el Oso Violinero
Recorrieron
Con
su música
El
mundo entero.
Primero
caminando
Entre
los árboles del bosque,
Luego,
Se
compraron una bicicleta
Y
así iban y venían
Con
su mini orquesta
Más
adelante
Con
la plata que ganaron
Compraron
una motocicleta
Y
por los caminos del bosque
Al
Oso Sinforoso
Y
al Oso Violinero
Todos
los llamaban
Los
Osos Motoqueros.
Aprendieron
a bailar
Y
al escenario subieron
Tanto
fue su éxito
Que
compraron una avioneta
Y
con la voz de Sinforoso
Y
el violín de Violinero
Recorrieron,
por aire
El
mundo entero…
Los
ovacionaron en Nueva York
En
París, en Buenos Aires,
Y
hasta en Japón los aplaudieron.
Se
llenaron los bolsillos
Y
así, llenos de dinero
Se
dijeron:
-¿dónde
hay más panales?
_
¿Dónde los mejores avisperos?
-¿Dónde
más amigos Osos
Que
nos quieran?
Así
fue que volvieron
Por
los caminos del bosque
A
cantar
A
bailar
A
tocar el violín
Para
los oseznos más pequeños…
Y
a comer tanta miel
Como
en los viejos tiempos.
Y
Colorín colorado
El
cuento ha terminado.
Sinforoso
y Violinero
¡Recorrieron
con su música
El
mundo entero!
Este
es un cuentito que se me ocurrió de madrugada en que me desperté y no podía
conciliar el sueño. Sería quizá porque tenía la historia rondando en mi
cabezota. Para mis nietas tan queridas y ahora para los cuatro: las nietas y el
nieto a quienes quiero con todo el corazón
Para
que lo lean y dibujen o pinten o hagan
una obrita de teatro; se disfracen, bailen y canten.
Pero
eso sí, para que estén todos contentos ¡Eh!... ¡Fuera la tristeza!
JUANA
C. CASCARDO (inédito) Imagen: pintura de mi nieta Mara, 4 años y seis meses.
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